Que John Ford es uno de los
mejores directores de la historia no hay quien lo dude, y que Centauros del desierto sea quizás la
mejor película de indios y vaqueros de la historia tampoco. En ella Ford nos
enseña lo que mejor sabe hacer: grandes dosis de épica americana pero sin
descuidar la realidad que el patriotismo pueda empañar, esto ya lo hemos visto
en otras películas como Las uvas de la
ira, El hombre que mató a Liberty Valance... etc. Las películas de Ford por
mucho que nos puedan resultar tópicos por pertenecer a la época dorada de
Hollywood nunca se quedan en eso, sino que dentro de una serie de situaciones
que se repiten en muchas de sus películas (un personaje loco, una pelea absurda
y llena de caballerosidad) nos muestran personajes llenos de humanidad y
defectos.
Esto ocurre en Centauros del desierto cuyo título
original es The Searchers, estrenada
en 1956. La película tiene un argumento fácil: la persecución que hacen Ethan
(John Wayne) y Martin (Jeffrey Hunter), un mestizo adoptado por la familia de
Ethan, a una tribu de comanches que han asesinado a la familia de ambos y han
secuestrado a la pequeña Debbie, sobrina de Ethan. Aquí comienza un periplo de
cinco años intentando el rescate de la pequeña Debbie. El argumento inicial
esta basado en hechos reales, ya que en 1836 Cynthia Ann Parker fue secuestrada
por los comanches tras arrasar el rancho de su familia y permaneció con ellos
veinticuatro años antes de ser “rescatada” por los rangers de Texas, habiendo
tenido tres hijos comanches con los que intentó volver una vez llevada de
vuelta a la “civilización”.
Sin duda, la personalidad de la
película la imprime John Wayne y su personaje. Wayne se puede decir que fue el
actor predilecto de Ford con el que rodó unas veinte películas y Ethan, el que
demuestra la humanización del personaje con sus fallos. Él y el jefe de los
comanches Serpiente reflejan uno de los grandes males del hombre, el racismo
hacia unas personas diferentes que en el caso de Ethan no solo se produce hacia
el líder de los comanches sino hacia su sobrino adoptivo. En otras películas, Ford
imprime a sus personajes principales esos fallos, pues ya en El hombre que mató a Liberty Valance,
presentaba al personaje de Wayne como un hombre solitario, con numerosos
conflictos interiores, pero un gran corazón, al igual que ocurre en este film.
Centauros del desierto es una gran película en todos los sentidos,
en la que sus escenas de acción ya son todo un mito en la historia del cine, un
clásico no solo en la obra de Ford, sino también del western y el cine en
general. Si este verano tienes 119 minutos para ver un clásico, no deberías
dejar pasar de largo esta película.
Josu Gallego