Probablemente alguna vez te hayan obligado a leer El Quijote, con el peligro que supone imponer un libro de tal complejidad para su lectura a edades tan tempranas. Seguramente dedicasen horas y horas para explicarte que la obra de Cervantes es una crítica a los libros de caballerías o a la bajeza de lo real frente a lo ideal, pero este libro es mucho más que todo eso.
La inminente novedad tecnológica que supuso la aparición de la imprenta y la difusión sin precedentes de los libros que anteriormente se antojaban lejanos y limitados para la masa de la población letrada, suponía tener estos al alcance de “casi” cualquiera. Esta novela significó una gran advertencia para aquellas sociedades que como don Quijote corrían peligro de creerse hasta el límite de la locura cualquier ficción por la falta de criterio y prudencia. No hay mejor capítulo que el sexto de la primera parte para reflejar esta necesidad de criterio. Antes de la primera aventura a lomos de su rocín, el infortunado don Quijote se hallaba en la cama enfermo de ficción ya que había perdido su capacidad para apreciar la realidad y la ingesta de lecturas lo había lanzado a imitar a esos caballeros novelescos de la Edad Media. Mientras tanto, el cura y el barbero, con buen criterio, decidieron hacer una purga y quema de su biblioteca, de la que tan sólo se salvaron unos pocos libros que por el contrario ayudaban a comprender mejor la realidad.
La importancia de la novela cervantina radica en la absoluta actualidad que sigue teniendo. La ingente cantidad de información irreal y real que recibimos a diario fruto de los nuevos avances tecnológicos (como la imprenta en el siglo XVI), hace que corramos el riesgo, por falta de criterio y prudencia, de no saber utilizar la ficción y la información falseada que nos llega cada día, para que ésta sea fértil en nuestra apreciación de la realidad, y nos lancemos como Alonso Quijano por los caminos de la irrealidad contra los molinos de viento.
El Quijote, por Gustave Dore |