Gabriel
García Márquez inicia sus memorias, Vivir
para contarla, de la siguiente manera: “La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Por ello, es muy significativo que comience su autobiografía, no
con su llegada al mundo como cualquier biografía convencional: “Para empezar
mi historia desde el principio, diré que nací…”, sino, evocando el viaje que
hizo con su madre a Aracataca para vender la casa de sus abuelos, el coronel
Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán Cotes, en la que había nacido y vivido su
infancia hasta la muerte de su abuelo.
Este viaje, que marcará
su producción literaria y su vida, se produjo en 1950, cuando Gabo, como así
llaman sus amigos, contaba con veintitrés años y soñaba con ser escritor, aunque
ésta era sólo una vocación imaginaria. Para dedicarse a este sueño, acababa de
abandonar sus estudios universitarios de Derecho. Esta decisión que disgustaba
a su padre, la justifica en sus memorias con una frase de Bernand Shaw: “Desde
muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”, algo que
también diría y haría su buen amigo Álvaro Mutis.
Al
llegar, la contradicción entre el pueblo idealizado que el escritor recordaba
de su infancia y la realidad con la que se encontró fue terrible. Se topó con
un pueblo polvoriento y fantasmal, “todas las cosas que había visto de niño
seguían siendo las mismas y estaban en su mismo lugar, pero transfiguradas por
la herrumbre del tiempo”. De este modo, García Márquez y su madre avanzaron por
las calles desiertas hasta una pequeña botica en la que había una señora
cosiendo, se acercó a ella y le dijo: “¿Cómo está comadre?, levantó la vista,
se abrazaron y lloraron durante media hora sin decir nada. Mientras, el joven
escritor las miraba, dice, “estremecido por la certidumbre de que aquel largo
abrazo de lágrimas calladas era algo irreparable que estaba ocurriendo para
siempre en mi propia vida”.
Fue
ante este abrazo, el momento en el que a García Márquez se le ocurrió escribir
”todo el pasado de aquel episodio”. Por aquel entonces estaba intentando
escribir una novela de su infancia en la que ya se esbozaba el mundo de
Macondo, aunque de corte realista. El contacto de nuevo con Aracataca le cambió
radicalmente la realidad y abandonó la novela. Esta es la semilla de su obra
magna Cien años de soledad. Pasaría
mucho tiempo hasta que escribiera la novela definitiva y durante este periodo
publicó “el paquete de Macondo”: La
hojarasca, El coronel no tiene quien
le escriba, Los funerales de la Mamá
Grande y La mala hora, que le
sirvió como ensayo y esbozo de lo que finalmente se convertiría en Cien años de soledad. Como bien ha apuntado Víctor García de la Concha,
ahí ya estaba “la memoria de la historia familiar; historia social y política
de la zona bananera y de Colombia en general; leyendas, tradiciones,
costumbres…”.
Ese
mismo día, García Márquez, en el tren de regreso a Barranquilla, donde residía
en esos momentos escribiendo en el periódico El Heraldo, empezó a preguntarle a su madre por el pasado de sus
abuelos, de dónde venían, por qué habían llegado a Aracataca y a quién había
matado el coronel Nicolás Márquez antes de llegar. De esta manera, Gabo inició
un viaje hacia sus orígenes, es decir, los de su familia, que de la misma
manera eran también los de Colombia y en cierta manera los de Hispanoamérica.
Como lo ha llamado su biógrafo Dasso Saldívar, El viaje a la semilla.
En
este periplo por los lugares que sus abuelos le habían descrito, conoció a
Lisandro Pacheco, nieto de Medardo Pacheco, al cual había matado el abuelo de
García Márquez. Las miles de historias de la guerra que Gabito hubo escuchado de la mano de su abuelo por las calles de
Aracataca, son las guerras civiles que Colombia sufrió como la mayor parte de
los países iberoamericanos, incluso antes de su nacimiento como República. Esta
sucesión de guerras civiles a lo largo del siglo XIX, terminó con la guerra de
los Mil Días que se originó por la farsa electoral del 5 de diciembre de 1897,
y que quedó inmortalizada en Cien años
de soledad. La guerra de los Mil Días fue la más sangrienta y trágica de
Colombia, pues arrasó el país y dejó una conciencia nacional llena de rencores
y división; para que al final, como dice el coronel Aureliano Buendía en la
novela: “la única diferencia entre liberales y conservadores radica en que los
unos van a misa de cinco y los otros a
misa de ocho”. El abuelo de García Márquez combatió en la guerra de los Mil
Días, en las huestes del general Rafael Uribe Uribe y recibió los galones de
coronel que llevaría con orgullo hasta su muerte. En El coronel no tiene quien le escriba, el nieto representará a un
veterano de guerra, que como su abuelo, esperará el resto de su vida la pensión
de guerra que el Gobierno les prometió a los veteranos al final del conflicto y
nunca concedió.
Poco después de la guerra,
debido a unas confusiones, y casi sin quererlo, el coronel se vio envuelto en
un conflicto en el que terminó matando a Medardo Pacheco, esta realidad se
desarrolla en Cien años de Soledad,
cuando José Arcadio Buendía funda Macondo huyendo, porque había matado a un
hombre. Cuando García Márquez contaba con seis años escuchó de boca de su
abuelo “tú no sabes lo que pesa un muerto”, frase que le marcará e incluirá en
la novela. La familia Márquez-Iguarán, huyendo del asesinato, se exiliará en
Aracataca cuando se amplió el cultivo del banano y se asentó la United Fruit Company.
Sigue en: Gabo (II): Aracataca-Macondo y la United Fruit Company
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