A pocas horas de que el mundial de Brasil llegue a su fin, ningún amante del fútbol podrá negar que lo recordará por la pronta eliminación española, por Luis Suárez y su mordisco o por la histórica goleada a Brasil, entre otras cosas.La FIFA por su parte lo recordará como un (otro) pingüe negocio con el que, tal y como ocurre cada cuatro años, habrá batido todos los récords económicos posibles.
Dentro de cuatro años por estas fechas, mientras los jugadores festejan no haber tenido que jugar en invierno, nosotros estaremos hablando y recordando ya algunas de las jugadas que habremos visto a lo largo del mundial de Rusia y que habrán quedado grabadas en nuestras retinas. La FIFA por su parte hablará de él como un (otro) pingüe negocio con el que, tal y como ocurre cada cuatro años, habrá batido todos los récords económicos posibles.
Para 2022 será del esfuerzo de los jugadores por sobreponerse al calor del desierto catarí, y por supuesto del fútbol, de lo que hablaremos. La FIFA lo celebrará como un (otro) pingüe negocio con el que, tal y como ocurre cada cuatro años, habrá batido todos los récords económicos posibles.
Llegados a este punto, y dando por supuesto la rentabilidad de este tipo de eventos, me pregunto si hay algo en este mundo que pueda llegar a desdorar, a los ojos de la FIFA, un mundial. Desde luego, no lo han conseguido los problemas morales que supone celebrarlo en países subdesarrollados, ni las graves acusaciones de sobornos a la hora de la elección del país anfitrión, ni siquiera el número de obreros que puedan llegar a morir en la construcción de las infraestructuras necesarias. Cosas nimias, peccata minuta, pensarán Villar y Blatter. Para 2026 ya son candidatos oficiales Canadá, Venezuela, Colombia y México, a los que probablemente se sumen Chile y Perú-Ecuador. ¿Quién tendrá la fortuna de organizarlo? Vaya mi voto para Colombia.
Rubén Justo