Casi
un cuarto de siglo ha tenido que pasar para que la editorial Random House Mondadori
editara y tradujera al español una de los libros más apasionantes sobre el jazz
y pudiéramos disfrutar de esta “novela de no ficción” en España. Verdaderamente
podemos entender Pero hermoso de Geoff
Dyer como un libro de jazz, no sólo por su temática sino por el desorden
ordenado, la apariencia de improvisación, la lectura que te lleva hacia lo
sublime o inefable como si escucharas una melodía lúgubre de jazz en un sótano oscuro
del barrio de Harlem en Nueva York.
Leyéndolo
puedes sentir el ambiente cargado del humo de los cigarros y el sudor de los músicos, el whisky seco en
el paladar, las colillas humeantes aplastadas contra los ceniceros en las mesas
redondas de mármol y la oscuridad de las historias que relata; las cicatrices
del jazz, las vidas perturbadas de algunos de los más grandes músicos de la
época dorada de este género. Comienza con un solo de jazz y a él se van
uniendo los demás hasta conformar una magnífica actuación. Todo ello unido por
un hilo argumental, un viaje imaginario con Duke Ellington y Hary Carney en
coche por carreteras secundarias y moteles en una gira que nos lleva a adentrarnos
en la vida más turbulenta de algunos de los más grandes músicos de jazz como Thelonius Monk, Bud Powell, Ben Webster,
Charles Mingus, Chet Baker o Art Pepper.
Son muchas las escenas, los solos, los instantes o anécdotas magníficas que
recoge el libro, momentos que se resumen en historias apasionantes como la de Pres:
La soledad que sintió Lester Young durante el servicio
militar y la cárcel por el consumo de estupefacientes. La soledad y la angustia
creada por el orden y la disciplina del ejército que se le antojaba lo
contrario a su pasión por el jazz y a las notas desordenadas que salían de su
saxo en las noches más cerradas y frenéticas de su juventud. Su final, antes
dedicado al arte de componer, ahora a la resaca de pasar las horas sumido en el
alcohol y perdido en la parodia de sí mismo, repitiéndose una y otra vez en la
genialidad que lo había lanzado a la fama, condenado a recordar un pasado
lejano y mejor como la nostalgia que reproduce la fotografía que Herman Leonard
le sacó en 1948. Una imagen de él sin él, tan sólo su sombrero, la funda de su
saxo, unas partituras y la botella vacía de una Coca-Cola sobre la que reposa
su cigarro a medio acabar y el humo que quedó suspendido en la oscuridad de su
pasado como una nota final, perdida y prolongada en un ambiente cargado por el
tabaco y el sudor, el alcohol y las canciones improvisadas de un genio. Una
imagen que refleja la humilde herencia que Pres o Prez, como también se le
conoce, dejó a la historia del jazz, como un eco rescatado de su música, un eco
de su voz ronca de negro del estado de Misisipi que quiere decir algo así como: esto es lo
que queda de mí, aprovechadlo, que yo me voy.